II
Semáforo en rojo, conduzco por las calles que no han
cambiado en lo absoluto, siento la ligera llovizna por la rendija de la ventana
del auto, en estos momentos de calma es que me pregunto que habrá sido de todos
aquellos que conocí, que aprecie y que deje hace año y medio, cuando regrese a
mi ciudad para cuidar de mi progenitora enferma que termino saludando a la
muerte, hace tanto sin contacto, sin un agradable saludo de aquellos colegas de
trabajo y amigos de la facultad donde pase el mejor tiempo de calidad en mi
vida y que jamás volverá.
Siento como los fantasmas de mis recuerdos se agolpan frente
a mis ojos grises, mi vida despreocupada, mis notas, mis amistades, los
profesores, las críticas y… mejor no recordarlo, regreso mí vista al tráfico,
entre tanto y tanto leo los encabezados del periódico doblado en el asiento de
mi lado, mas robos, mas asaltos, otro muerto por ahí o por allá, otro político
asesinado en algún lugar del país, la vida no ha cambiado y era demasiado
esperar que lo hiciera por el corto tiempo que me fui, aunque si ocurrieron
demasiadas cosas, sigo siendo ese mismo soñador que cuando era joven, una
vuelta y saludo a la rutina.
El guardia de la puerta, con su uniforme arrugado y esa
azúcar sobre su uniforme me hace pensar que dormito sobre su rosquilla matutina.
-Identificación- me dijo con voz fuerte
Le muestro el documento donde luce una réplica de lo delgado
que soy con sosiego, odio a los guardias cuando cambian de turno, levanta la
valla de seguridad para dejarme pasar, mientras me saluda con su sombrero
ridículo
-Bienvenido- dice el hombre mientras vuelve a su cabina con
su sonido de TV.
Parqueo el auto en el lugar de siempre, subo por el elevador
de siempre, mientras observo al personal de siempre, pareciera como si al mundo
se le hayan agotado las ideas; 5º piso marca el elevador, bajo solo, la música
de fondo de cuerdas de arpas me dan la bienvenida.
- Buenos Días- me saluda mi secretaria regordeta sentada
tras su escritorio café desgastado con su atuendo algo ajustado para una
persona de su edad.
- Buen día Raquel ¿Novedades?- le contesto mientras sorbo mi
café y me rasco la nuca.
- La cita de las 4, la de la señora Morales, la ha movido
una hora antes, se le ha presentado un evento, ya sabe como es esa señora de
ocupada y de aires de grandeza- diciéndolo con cierto sarcasmo.
- Entonces pasa al primero de la mañana por favor, si
alguien llama agendiza, sabes como funciona.
-Claro señor- contesta mi secretaria con premura
Problemas y problemas, divorcios, psicosis, traumas,
delirios e incluso trastornos es lo que se escucha en el negocio de la
psiquiatría, no se puede esperar mucho de un hombre que solo se sienta a
escuchar los problemas de los demás, asentir y “aconsejarte” para que puedas
resolverlos, no es un trabajo satisfactorio ni tampoco fácil, siento que un día
terminare en un manicomio como muchos de los pacientes que llego a atender.
La fama del consultorio se hizo grande cuando un viejo se
“curo” de una fuerte psicosis que le hacia caminar por las calles y tratar de
suicidarse, el ingresó en los años cuando empezaba con un consultorio austero,
pero el hizo gran voz y promoción de “las habilidades” que poseo, quien hubiera
pensado que ese hombre viejo era no se que magnate de empresa que estaba
perdiendo la cordura por un simple stress post trabajo, le debo agradecer al
viejo cuando lo vuelva a ver si es que sigue vivo.
Para mi es algo sencillo, me siento, escucho y contesto, no
es algo complejo, pero si profundo de comprender, uno tras otro durante años he
visto entrar y salir pacientes conformes y disconformes de lo que hago, charlatán
y otras palabras aun mas fuertes me he ganado, pero es parte del trabajo.
- Y creo que esas son las razones por las que no logro
conciliar el sueño por las noches. –Menciona el pobre hombre acostado en el
diván con una cara terrible y unas grandes ojeras moradas-
Aconsejo, receto y despido pidiéndole que vuelva pronto, con
una amabilidad tan actuada que ya parece real, se acerca la hora de comida y
comienzo a revolverme en mi sillón pensando en que habrá en la cafetería,
mientras ingresa el último paciente antes de mi receso, el señor Lort, que
tiene una fobia irracional hacia las arañas, y el cree que consiguiendo una
receta y tomando una que otra pastilla se irán esas alucinaciones las cuales
hacen que casi pierda su empleo, pero esa es historia para otra ocasión según
el.